Durante las últimas décadas parecía que el mundo se estaba dirigiendo por el camino del conocimiento que brinda la ciencia. Incluso ganaba batallas contra la ignorancia, esa actitud pasiva que formaba parte de gente que se sabía ignorante de muchas cosas pero que deseaba aprender o, por lo menos, que sus descendientes se ilustraran. La herencia del conocimiento era apetecida por las mayorías. Se leían libros, se estudiaba con placentera dedicación y con reverencia hacia los que enseñaban en las aulas. La ciencia avanzaba y ofrecía soluciones a los viejos problemas de salud, que en el pasado habían diezmado a poblaciones enteras. Se descubría que virus y bacterias eran la causa de muchas enfermedades, y que no tenían nada que ver con creencias de plagas bíblicas. La suciedad, la falta de higiene y algunos animales transmisores de enfermedades eran las causas que la ciencia había descubierto y demostrado actuaban sobre las epidemias. Comenzaron a desarrollarse las vacunas, métodos preventivos y curativos que elevaban la calidad de vida y salvaba vida y de consecuencias vinculadas a esas enfermedades.
Allá por principios del siglo XX, José Ortega y Gasset advertía que una nueva conformación de “hombre” se estaba gestando y avanzaba a pasos agigantados: el hombre masa. Que como él decía, por masa, “no se entiende especialmente al obrero, no designa aquí una clase social, sino una clase o modo de ser hombre que se da hoy en todas las clases sociales, que por lo mismo representa a nuestro tiempo, sobre el cual predomina e impera”. (1)
En la actualidad ese hombre masa se ha perfeccionado y encima cuenta con elementos tecnológicos de avanzada para hacer oír su estúpida voz, su pertinaz ignorancia que intenta imponer a los demás. Es así que surgen movimientos, algunos pequeños y otros grandes, como el de los antivacunas, que se pasean por el mundo digital con total impunidad con sus torpes y fanáticas opiniones acerca de la “inconveniencia” de las vacunas o de las “nefastas consecuencias” que pueden generar en los que se vacunan. Por ejemplo, muchos de estos descerebrados dicen que la vacuna contra el sarampión genera autismo. Hecho que ha obligado a la ciencia a repetir una y otra vez que no hay ninguna evidencia científica al respecto.
Mucha gente se ha volcado a este tipo de opiniones y hoy el mundo camina hacia niveles de enfermedades que nos ubicarían no muy lejos de realidades medievales. Es más, hay movimiento de terraplanistas, es decir de aquellos que sostienen que la Tierra es plana y que hay una conspiración para obligarnos a pensar que la Tierra es redonda. Es imposible intercambiar cualquier tipo de ideas con gente de tamaña catadura mental.
Otro gran pensador, el argentino José Ingenieros, en su obra El hombre mediocre, también denunciaba ese mal de la época que hoy se observa en su esplendor: “En la lucha de las conveniencias presentes contra los ideales futuros, de lo vulgar contra lo excelente, suele verse mezclado el elogio de lo subalterno con la difamación de lo conspicuo, sabiendo que el uno y la otra conmueven por igual a los espíritus arrocinados. Los dogmatistas y los serviles aguzan sus silogismos para falsear los valores en la conciencia social; viven en la mentira, comen de ella, la siembran, la riegan, la podan, la cosechan. Así crean un mundo de valores ficticios que favorece la culminación de los obtusos; así tejen su sorda telaraña en torno de los genios, los santos y los héroes, obstruyendo en los pueblos la admiración de la gloria. Cierran el corral cada vez que cimbra en las cercanías el aletazo inequívoco de un águila”. (2)
Tal vez el error fue haber creído que con la ciencia bastaba. Nos olvidamos que el ser humano lleva consigo la semilla de su propia destrucción. Y que todavía no se descubrió una vacuna contra la ignorancia y el fanatismo, dupla que genera una peligrosidad social sin límites.
De acuerdo a la definición de la Real Academia fanatismo significa “apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”. Y tenaz: “firme, porfiado y pertinaz en un propósito”.
Por eso se trata de enfrentar un fanatismo peligroso que puede llegar a desbordar en otras cuestiones, más allá de las vacunas o de la redondez de la Tierra, como si pudieran desarrollar una ciencia del fanatismo.
Sin ser un fanático de la ciencia es de esperar confrontar al fanatismo con mayor ciencia.
(1) Ortega y Gasset, José (1983) La rebelión de las masas. Ediciones Orbis S.A.
(2) Ingenieros, José (2003) El hombre mediocre. Buro Editor.
FOTO: José Ingenieros y José Ortega y Gasset
Editorial publicada en la edición papel del N˚ 1669 de SÍNTESIS con fecha 21 de noviembre de 2025.
